
Entro, sinceramente nadie ha notado mi presencia, es penoso, pero realmente la mayoria de la gente, acude aquí, solo cuando necesita un favor, algo de verdad importante.
La gente esta demasiado ocupada con sus rezos, plegarias llorosas, y arrepentimientos de todo corazón. Créo que nadie nota mi presencia, soy totalmente indiferente. Cómo todos, he venido a platicar con Dios.
Es extraño, pero al estar aquí me siento tan pequeña, y al estar frente a la mirada profunda de Jesucristo, me siento tan culpable...
Todo es tan hermoso, como si cada cosa fuese hecha a mano. No me siento conocedora de arquitectura, pero ésta Catedral, no le pide nada a las grandes contrucciónes famosas de otros países.
La entrada principal es gigantesca, ahí en la entrada, puedes escuchar a los globeros còmo silban ofreciendo sus grandes globos, las risas de los niños que corren alrededor de las fuentes, el vuelo de las palomas, pero tambien puedes sentir el silencio, y la paz que se despide desde dentro.
Nunca he estado muy conciente de las proporciones, ni idea de cuantos metros tendrá de altura, pero de que es grande, es muy grande.
Me quedo alli parada, admirando cada cosa, cada detalle, volviendo a observar ese cristo sujeto a su cruz, posado en el altar mayor, con sus grandes columnas doradas a los lados, atravesado por un ligero rayo de luz que débil se cuela por la cúpula mayor.
Medito en silencio; me da miedo que se escuche mi respiración, y rompa el silencio que ensordece mis oidos. Camino a la izquierda, y encuentro una María que le llora a su Jesús muerto en la Cruz. Me persigno y un suspiro se escapa de mí. ¿Que sería de mi, si algo semejante le pasára a mi hija? Mi respuesta inmediata: moriría.
Continúo por el pasillo de la derecha. A lo largo, 3 capillas, y una puerta. San Judas Tadeo, La Virgen del Carmen, San Martín de Porres, y otros tantos santos; unos muy milagrosos, dice la gente, otros muy olvidados.
Y justo al lado derecho del altar mayor, La majestuosa Virgen de La Soledad, toda vestida de luto, con su rostro lloroso y sus lagrimas cristalinas. La leyenda cuenta que fueron los mismos ángeles, quienes bajaron del cielo a hacer su figura. Al mirarla de frente, y verla profundamente, en el silencio tan vacío, es como si se escuchara su murmullo de tristeza, su lamento de dolor, esa pena que esconde su rostro. ¿Que dolor más grande, que el de una madre al ver morir a su hijo?

Nisiquiera me atrevo a entrar; continúo.
El silencio con destellos de ecos, los murmullos de oraciones, la visión de luz tenue, y el miedo de que se oigan tus pasos, desaparece cuando cruzas la puerta. Salgo, y el sol calienta mi cuerpo casi enseguida, el rocío del agua de la fuente llega hasta mí, y las ramas de las jacarandas bailan un vals. Es como si Dios, me diera su bendición, y sellaramos un pacto entre los dos.
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